Siria, Para una mejor comprensión de la dinámica revolucionaria del levantamiento popular

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Desde hace dos años, la mayoría de los observadores analiza el proceso revolucionario de Siria “desde arriba”, en términos geopolíticos, ignorando la dinámica política y socioeconómica desde abajo. La amenaza (hasta ahora puramente verbal) de una intervención occidental ha significado un reforzamiento del punto de vista de que se trataría de un conflicto “entre dos campos”: los estados occidentales y las monarquías del Golfo por un lado y el Irán, Rusia y Hezbollah por el otro.

Nosotros nos negamos a tomar partido por uno de estos dos campos, nos resistimos a esta lógica del “mal menor”, que sólo puede llegar a la derrota de la Revolución Siria y de sus objetivos: la democracia, la justicia social y el rechazo del confesionalismo. Damos nuestro apoyo al pueblo revolucionario, que lucha por su liberación y su emancipación. De hecho, tanto el derrocamiento del régimen como la construcción de una sociedad con democracia, justicia social y secular sólo será posible de manos del pueblo combatiente – una sociedad que respete y garantice el derecho de cada cual a practicar su religión y que asegure la igualdad de todos sin discriminación alguna (religiosa, étnica, de género, etc.).

Solamente las masas, que desarrollan su propio potencial de movilización, pueden lograr cambios a través de su acción conjunta. Ese es el ABC de la política revolucionaria. Pero este ABC hoy día se encuentra con un profundo escepticismo en diversos sectores de la Izquierda en occidente. Se nos dice que confundimos nuestros deseos con realidades, que posiblemente hacen dos años y medio atrás haya habido una revolución, pero que en el intertanto las cosas han cambiado. Se nos dice que el yihadismo se ha impuesto en las filas de la oposición contra el régimen, que ya no se trataría de una revolución y que sería necesario tomar partido por uno de los campos en pugna, para señalar una salida concreta…

Todo el debate en el seno de la Izquierda ha sido contaminado por este lógica “campista”, muchas veces acompañada por teorías de conspiraciones, desdibujándose la delimitación fundamental entre la izquierda y la derecha – particularmente en relación a la extrema derecha.

En un primer paso, retrocederemos en la historia de Siria, porque es imposible entender la sublevación popular siria y su desarrollo sin llamar a la memoria el largo período transcurrido desde la toma del poder por Hafez al-Assad en 1970. Hafez al-Assad murió en el año 2000, siendo sucedido como jefe de estado por su hijo Bashar al-Assad, quien lo es hasta hoy. Ese fue un punto de viraje en la historia de Siria. Analizaremos el régimen establecido en tiempos de Hafez al-Assad y sus consecuencias para la sociedad siria. Porque Bashar al-Assad se ubicó como su continuador y aceleró la aplicación de una política neoliberal, pese a un breve período de apertura democrática que fue llamado la Primavera Damasquina (2000). La “apertura” rápidamente se volvió a cerrar.

Analizaremos a continuación las causas y la dinámica de la sublevación, ante el trasfondo de los procesos revolucionarios en la región, pero también sus características específicas. Para concluir, discutiremos el desarrollo de la sublevación a partir de las protestas pacíficas y hasta

su radicalización armada actual. Mostraremos las diversas ramificaciones y la complejidad del proceso revolucionario en Siria, cuestionando las calificaciones al estilo de “guerra civil” y/o “guerra de religiones”, que hoy día se utilizan en gran parte para describir la situación en Siria. Explicaremos por qué estos conceptos no nos permiten comprender lo que ocurre y propondremos un análisis alternativo, que hace pie en el concepto de “revolución”, cuyos aspectos materiales e ideales examinaremos.

Siria después de la independencia

Desde su independencia en el año 1946, Siria arrastra una serie de herencias originadas en su larga pertenencia al Imperio Otomano; en este imperio, las ciudades ejercieron una fuerte influencia política y económica sobre las regiones rurales. Las ciudades dominaban al interior del país, estableciéndose como nodos cruciales de la red del comercio internacional que unía a Europa con Asia (Issawi 1982: 102 e.a.). Esto tiene particular validez para las ciudades de Damasco y de Aleppo, que dieron origen a la totalidad de las élites del país desde su independencia en 1946 y hasta el año 1963.

En este período, la vida política de Siria fue estremecida por numerosos golpes de estado militares. El país era gobernado por dos grandes bloques políticos: el Partido Popular y el Bloque Nacional, que representaba los intereses de la burguesía de Aleppo y Damasco. Entre 1958 y 1961, Siria y Egipto estuvieron unidos en el marco de la República Árabe Unida, encabezada por Nasser. Después de un nuevo golpe de estado en 1963, la toma del poder por el Partido Baath puso fin a la preponderancia política de la burguesía urbana, tradicionalmente surgida en su gran mayoría del seno de la población árabe y musulmana-sunnita del país, abriendo así una nueva era, en la que el poder estuvo en manos de fuerzas provenientes de los sectores rurales y periféricos, así como de las minorías religiosas, particularmente de los alauitas (Haddad 2011: xiv). El golpe de estado de 1963 fue en muchos sentidos una respuesta a la crisis social que desde la independencia azotaba a las clases populares del campo – una reacción de las aldeas en contra del dominio de los notables de la ciudad.

La política del ala radical del Partido Baath de fines de los años 60 y principios de los 70 favoreció a los sectores más pobres a costa de las clases comerciantes burguesas, la clase industrial y los terratenientes. La reforma agraria, las estatizaciones y la creación de un amplio sector público de la economía pusieron fin a las diferencias de clase más “rígidas”, arraigadas en un control monopólico de los medios de producción, por medio de un acceso más amplio a las oportunidades y la propiedad económicas (Hinnebusch 1990: 144). La reforma agraria y el desarrollo del sector público, del ejército y la burocracia favorecieron a una parte del proletariado agrícola y de los pequeños campesinos.

Esto llevó a un fortalecimiento económico y social de las capas medias del campo, mientras la nueva repartición de las tierras puso fin al dominio de los terratenientes. Estos campesinos medios, que en parte hasta eran ricos, pudieron sacar provecho de las subvenciones otorgadas por el gobierno y sustraerse en gran medida a los controles de la producción (Richards y Waterbury 2014: 177).

El Partido Baath antes de la toma del poder por Hafez al-Assad en

1970

A partir de la independencia del país, el Partido Baath reclutaba a sus militantes principalmente en los sectores rurales, donde por razones históricas se concentraban las minorías religiosas. Por ello es lógico que en el partido preponderaran los miembros de esas comunidades. La ideología del partido también ejercía una gran atracción sobre los miembros de las minorías religiosas porque esperaban que el supuesto “socialismo”, el nacionalismo árabe y el secularismo les ayudarían a superar su estatus minoritario y subordinado, así como el marco estrecho de su dependencia de los lazos tribales y regionales (Van Dam 1996: 33).

En 1963, los miembros del Partido Baath provenían, entonces, de las capas bajas del país, sacando provecho de la movilidad social que permitía el nuevo estado surgido de la independencia de 1946 – especialmente a través de las instituciones militares. Pero el estado también gozaba del apoyo de gran parte de la intelectualidad urbana – principalmente maestros y funcionarios (Perthes 1995). La nueva directiva del Partido Baath, fuertemente radicalizada en comparación con sus fundadores originales, desarrollaba en esos tiempos una retórica muy similar a aquella de la izquierda radical, imponiendo una serie de decisiones y medidas con las que buscaba impedir la vuelta al poder de la gran burguesía comercial e industrial urbana: la estatización de gran parte de la propiedad privada (1964-1965), que a su vez complementaba la política de reforma agraria, puesta en marcha en tiempos de la República Árabe Unida (1958-1961) (Haddad 2009: 35).

La gran burguesía comercial e industrial urbana y los mayores terratenientes habían sido la punta de lanza del golpe de estado de 1961, poniendo fin a la experiencia de la República Árabe Unida, que con su política de redistribución de la riqueza y con la reforma agraria había amenazado el poder político y económico es estas clases.

La política del nacionalismo árabe y del Partido Baath de ese tiempo era una política de capitalismo de estado: por una parte implementaba una estrategia hostil frente al sector privado nacional y al capital extranjero, por otro lado tenía por objetivo una amplia redistribución de la riqueza.

La toma del poder por Hafez al-Assad puso fin a la política social radical de los años 60, iniciando un viraje hacia la conciliación con las clases burguesas.

Esto también tuvo que ver con la pérdida de popularidad por parte del nacionalismo árabe después de la derrota de junio de 1967 y la muerte de Nasser en 1970.

Hafez al-Assad y el establecimiento de un régimen dictatorial y burgués

La toma del poder por Hafez al-Assad en 1970 fue un nuevo viraje para el país, destinado a marcar decisivamente las décadas venideras. El nuevo hombre fuerte de Siria provenía de la así llamada ala “pragmática” del Partido Baath, contraria a la política social radical y a la confrontación con los países conservadores de la región, entre ellos, las monarquías del Golfo. El nuevo régimen fue saludado entusiastamente por la gran burguesía de Aleppo y Damasco. Estos sectores, entre 1963 y 1970, habían trabajado activamente en contra del ala izquierda del Partido Baath y ahora se manifestaban en las calles con grandes lienzos, en los que se leía: “Hemos rogado a Dios que nos ayude – Al Madad. Y Él nos envió a Hafez al-Assad”. (Batatu 1998: 175).

A través de diversos lazos, especialmente económicos, el gobierno creó una red de “enchufes” con representantes de las diversas comunidades tribales, religiosas y étnicas. Al-Assad dio inicio al “movimiento corrector”, poniendo fin a la política radical de los años 60, que había cuestionado la propiedad y el poder político de la gran burguesía. Pretendía asegurar su régimen y la acumulación del capital por la vía de tranquilizar a los sectores más poderosos de la economía, cuya influencia en el gobierno creció en forma acelerada. Pero también se ligó cada vez más con las nuevas capas burguesas en ascenso, que surgían del propio aparato estatal.

El régimen de Hafez al-Assad fue un régimen autoritario, que prohibió la existencia legal de todo tipo de organizaciones políticas y sociales que no aprobaran su poder autocrático y se opusieran a su clientelismo – aquella masiva corrupción de la clase dominante, esencialmente destinada al aseguramiento de lealtades.

El nuevo régimen también creó un ejército totalmente sometido al poder personal del dictador

y de su guardia pretoriana. La guerra de 1973 – descrita como triunfo por el régimen sirio – estuvo destinada a fortalecer el control de Assad sobre el ejército. A partir de ese momento, a propósito, nunca más se disparó un tiro desde territorio sirio en contra del Estado de Israel – las Alturas del Golán siguen ocupadas hasta el día de hoy. La estructura de la Comandancia en Jefe y de las unidades de élite se basa en el clientelismo y el confesionalismo. Los altos oficiales se reclutan de entre las tribus alauitas, relacionadas con la familia Assad, a fin de asegurar su lealtad incondicional con la cúpula del estado.

Gracias a esta estrecha articulación de intereses públicos y privados, el Estado se ha transformado en una maquinaria que permite la acumulación de recursos cuantiosos, verdadera bendición de la nomenclatura, especialmente para los círculos cercanos al máximo líder, a su familia y a sus más fieles representantes. Las redes informales y el nepotismo, que comunican entre sí a los diferentes sectores del estado con la economía, se han multiplicado y han dado origen a una “nueva clase” de rentistas burgueses – dando origen al desvío de fondos y al aumento de las actividades no productivas del sector comercial. Por lo anterior se dieron grandes reveses económicos y problemas del desarrollo, que solo pudieron superarse en base a la ayuda de las monarquías del Golfo (con cargo a sus ingresos petroleros). Por todo esto, la sociedad siria ha tenido un desarrollo fuertemente regresivo – que continuó hasta vísperas de la revolución del 2011.

En 1986 entró en crisis la moneda nacional y el régimen decretó las primeras medidas de desregulación de su “economía de comando” centralizada. Se consolidaron las redes informales de patronaje económico. A partir de 1991 lograron seguir controlando los sectores económicos falsamente denominados como “sector privado”, desarrollados en el marco de las “Reformas para un Pluralismo Económico” (al ta’addudiyya al iqtisadiyya) (Haddad 2011: 7).

Esta “nueva clase”, orgánicamente ligada al Estado, pretendía entonces invertir sus riquezas en los diferentes sectores de la economía. El Decreto No. 10 (1991) se constituyó en el trampolín, a partir del cual logró “blanquear” los dineros acumulados (Haddad 2011: XIV). El decreto favorecía y apoyaba las inversiones privadas nacionales y extranjeras en áreas, que hasta entonces habían sido monopolio del sector público – la industria farmacéutica, la agricultura, la producción de alimentos, la hotelería, el transporte. Por medio de reducciones de impuestos y otras medidas fiscales se iban a crear además nuevas oportunidades en materia de importación y exportación, que naturalmente estaban bajo control estatal y por tanto enriquecieron a sus miembros mejor posicionados, profundizando el sistema de corrupción. El paso desde una economía de comando hacia un “capitalismo entre amigos” se ha acelerado con la creciente renuncia a una administración centralizada de la economía en el curso de los años 80.

Los años 90 vieron una “nueva clase” de nuevos ricos: una burguesía híbrida, surgida de la fusión de la burocracia estatal con los sobrevivientes de la antigua burguesía “privada”. En una primera fase pusieron en juego sus relaciones con el Estado y lo utilizaron – a través de las palancas de la política de desregulación – como fuente de ingresos y fomento de una nueva política económica. A cambio de esto, prestó su pleno apoyo al régimen en la consolidación de su dominio, principalmente frente a sectores de la antigua burguesía privada.

La prioridad y el papel de la represión

La toma del poder por Hafez al-Assad significó también para Siria el inicio de una nueva era en materia de opresión política, social y económica. Esta se evidenció ante todo en una política de fortalecimiento sutil de las divisiones entre etnias, comunidades y hasta tribus, que hacían recordar determinadas prácticas de tiempos del mandato francés. Entre ellas se contaban la división del país en cinco o seis departamentos regionales sobre la base de criterios comunitarios, con subdivisiones drusas y alwis. Las organizaciones independientes de la sociedad civil – sindicatos, organizaciones profesionales (de médicos, abogados, ingenieros, farmacéuticos) y otras – fueron sometidas a supervisión, después perseguidas y finalmente disueltas en 1980. Hasta ese momento habían sido la vanguardia en la lucha por el retorno de

las libertades democráticas y por el fin del estado de excepción. A partir de 1980, estas organizaciones fueron reemplazadas por estructuras subordinadas al control directo del Estado (Hinnebush 2001: 83). Sin embargo, el símbolo de la opresión más cruenta siguió siendo el genocidio de Hama en 1982, cometido por las fuerzas de seguridad y los militares y que costó la vida de 10000-40000 seres humanos. Estos asesinatos marcaron en diversos sentidos el fin provisional del sangriento conflicto entre los partidarios del régimen y los miembros de la Hermandad Musulmana, que habían recurrido a las armas desde fines de los años 70.

La represión también golpeó a todos los partidos políticos que se negaban a someterse a los dictados de Hafez al-Assad y a ingresar a formar parte del Frente Nacional Progresista (FNP), una coalición de fuerzas leales al régimen. A principios de los años 70, el régimen enfocó sus miras en contra de varios partidos laicos, especialmente de izquierda, entre ellos al “Movimiento 23 de Febrero” (una tendencia radical al interior del Partido Baath, cercana a su ex presidente Salah Jadid), la Liga de Acción Comunista (Rabita al amal al shuyu’i), cuyos miembros provenían en parte de la comunidad alauita, así como en menor medida el Partido Comunista Sirio / Buró Político (PCBP) de Riad al-Turk. La Convergencia Nacional, que incluía diversos partidos de izquierda, fue también perseguida masivamente a comienzos de los años

80 (Seurat 2012: 21). En esta década, los hermanos musulmanes sufrieron una fuerte represión.

El régimen ejerció un dominio total sobre segmentos esenciales de la sociedad, por ejemplo la universidad y el ejército. Prohibió toda actividad política independiente; desde los campus hasta los cuarteles, solamente el Partido Baath podía organizar manifestaciones o editar y distribuir medios de prensa. Hasta los partidos aliados integrantes del Frente Nacional Progresista carecían del derecho de realizar actividades de propaganda o de mostrar presencia pública.

Después de la toma del poder por Hafez al-Assad, el Partido Baath controlaba una gran variedad de organizaciones corporativas, las llamadas organizaciones populares, de campesinos, jóvenes, mujeres, etc. – por lo que muchos sectores de la sociedad quedaron sometidos a la supervisión del Estado.

El papel desempeñado por el Partido Baath cambió de manera fundamental: se transformó en un instrumento de control de la sociedad perdiendo así toda dinámica ideológica. La organización partidaria fue reformada, las elecciones internas fueron suprimidas, siendo reemplazadas por un sistema de nombramientos desde arriba y de cooptaciones. Las respectivas decisiones eran tomadas por el poder estatal y los servicios de seguridad, mientras que eran reprimidos los elementos opuestos a la política del régimen. Rifaat al-Assad, hermano de Hafez, resumió acertadamente su concepción de partido en el 7° Congreso Regional con el modelo siguiente: “El líder decide, el partido aprueba y el pueblo aplaude. Así funciona el socialismo en la Unión Soviética. El que no aplaude, se va a Siberia.” (Seurat 2012: 59). Las élites partidarias de los años 70 se transformaron en dóciles burócratas, mientras que los militantes de los años 50 y 60 muchas veces habían sido luchadores abnegados y activistas entusiastas (Batatu 1998: 245).

Los ideales originales de unidad, libertad y socialismo fueron sucesivamente desapareciendo de la política del régimen de Assad, para pasar a ser invocados únicamente como consignas retóricas. En la represión en contra de la oposición laica, de izquierda y liberal, de las organizaciones de la sociedad civil y de los partidos políticos, se empleó en medida creciente también el arma del confesionalismo, es decir, el fomento de las identidades “primarias”, esto es, arcaicas y especialmente tribales.

El traspaso del poder desde Hafez Al-Assad a su hijo Bashar

Después de sus treinta años en el cargo, la muerte del dictador Hafez al-Assad trajo un aire de esperanza para amplios sectores de la sociedad en los que se despertaban esperanzas de apertura política – especialmente para la oposición política, que se deseaban un proceso de

transición democrática por medio de reformas. Bashar al-Assad, hijo de Hafez, asumió la presidencia en el año 2000. Siguieron algunos meses de promisorias apariciones públicas, después de un discurso del nuevo presidente ante el parlamento, en el que llamó a realizar “elaboraciones constructivas”, reconociendo la “necesidad urgente” de una crítica constructiva y de reformas modernizadoras (Damascus online 2000). Al mismo tiempo fue cerrada la tristemente célebre cárcel de Mezze para presos políticos en Damasco – un símbolo de la brutal represión política por parte del poder estatal – siendo liberado un gran número de presos políticos. También comenzaron a multiplicarse las organizaciones de derechos humanos y los foros de discusión al inicio del nuevo gobierno.

La sociedad civil siria y las organizaciones políticas se movilizaron a partir de principios del

2001 en torno a la exigencia de reformas y de una democratización del estado. Se dirigieron a la opinión pública con la “Declaración de los 99” o con la “Declaración de los 1000” (del “Comité por la Reactivación de la Sociedad Civil”), sumando el apoyo de intelectuales, artistas, escritores, científicos y hasta de representantes de ciertos partidos políticos. Al mismo tiempo, Riad Seif, un parlamentario y crítico del régimen, anunció la formación del “Movimiento Social por la Paz”. El régimen reaccionó rápidamente con un contraataque brutal – en la prensa, pero también físicamente con la detención de activistas. A fines del verano del 2001, ocho de las personalidades dirigentes más importantes de la sociedad civil ya estaban presas y con una única excepción se habían cerrado todos los foros de discusión (Landis y Pace 2009: 121).

Entre el 2004 y el 2006 se desarrolló una ola de sit-ins. Entre los iniciadores se contaban activistas políticos y organizaciones de la sociedad civil. Se trataba de diversos derechos democráticos, como por ejemplo la libertad de opinión y de reunión. Este era un fenómeno nuevo en Siria. En el año 2004 se levantaron los kurdos; el movimiento comenzó en la ciudad de Qamishli y se extendió por las regiones habitadas principalmente por kurdos en todo el país – por ejemplo a Jazira o Afrin – sin dejar de afectar a Aleppo y Damasco, siendo brutalmente reprimido por las fuerzas de seguridad, para lo que el régimen incluso recurrió a la colaboración de las tribus árabes del noreste. Más de 2000 activistas fueron detenidos, mientras que otros se vieron obligados a abandonar el país (Lowe 2006).

En vísperas de la sublevación siria de marzo del 2011 seguían sin reconocerse hasta los más elementales derechos democráticos, mientras que el país seguía esperando las reformas anunciadas.

La imposición acelerada de una política neoliberal y el aumento de la desigualdad social

Desde el inicio del gobierno de Bashar al-Assad, el régimen sirio se ha ido orientando de manera creciente hacia una política económica neoliberal impuesta en forma acelerada. Esta favoreció especialmente a una cierta micro-oligarquía, que ya había comenzado a brotar por doquier en la era de Assad padre, aprovechando las redes de patronaje económico. Pero también sacó provecho de ella una clientela leal al régimen. El primo de Bashar al-Assad, Rami Makhlouf, representa de un modo casi perfecto el sistema mafioso de las privatizaciones llevadas a cabo por el régimen en beneficio de los suyos. Él creó nuevos monopolios en poder de la familia de Bashar al-Assad, mientras que la calidad de los bienes y servicios bajaba en picada – especialmente en las áreas de la salud y la educación, donde surgió gran cantidad de instituciones privadas.

A partir del 2004 se desarrolló también el sector financiero, se crearon los primeros bancos privados con capitales tanto sirios como provenientes de las monarquías petroleras del Golfo, así como compañías de seguros, la Bolsa de Damasco y casas de cambio. Sin embargo, desde la asunción del poder por Bashar al-Assad se ha hecho más estrecho el círculo de los que se benefician del “botín” del régimen, mientras que bajo su padre la repartición había sido más amplia. En esos tiempos idos, era posible que diferentes grupos hicieran negocios con el Estado y disfrutaran de sus beneficios.

Por ejemplo el Sr. Makhlouf, hijo del ex comandante de la Guardia Republicana siria y primo en primer grado del nuevo dictador, gracias a una red compleja de holdings, en vísperas del levantamiento del 2011 controlaba cerca de un 60% de la economía del país (Barout 2012). Su imperio económico abarca un amplio rango, desde las telecomunicaciones, pasando por el petróleo y la bencina, hasta el rubro de la construcción, los bancos, líneas aéreas y comercio detallista. Aparte de la única cadena de ventas duty-free, a él le pertenecen incluso varias escuelas privadas, donde se educan los hijos de las familias dirigentes y de la burguesía siria. El patrimonio personal de Rami Makhlouf se estima en aproximadamente 6000 millones de dólares (Leverrier 2011). Por lo demás, a principios del 2011 la revista británica World Finance había tenido el orgullo de alabarlo como visionario, que habría fomentado enormemente la economía siria y que por lo mismo merecería ser calificado como símbolo de las transformaciones positivas que se llevaban a cabo en el país. Chile es un buen ejemplo para este tipo de lazos entre una política neoliberal y una dictadura política en países de la “periferia”.

La política neoliberal del régimen ha beneficiado a diferentes sectores sociales: a las capas altas de la nueva burguesía, que se habían formado en el transcurso de las décadas anteriores; a las élites burguesas antiguas del sector privado, que nuevamente habían comenzado a invertir en el país; y a los inversionistas extranjeros, especialmente de la región del Golfo.

Todos ellos sacaron provecho de la apertura de la economía siria, a costa de la mayoría de la población, que al mismo tiempo sufría las graves consecuencias de una sostenida inflación. De este modo, el sector público fue siendo socavado durante los últimos diez años, siendo ahora el sector privado el que domina la economía, llegando ya a una participación de caso

70% (Haddad 2011: 20).

Sin embargo, el viraje neoliberal también benefició a otros sectores: a los funcionarios dirigentes de los servicios secretos y del ejército, así como a la burocracia estatal; a los participantes del nepotismo capitalista, que fueron protegidos por distintos segmentos del servicio público, desarrollándose y enriqueciéndose crecientemente en los marcos del sector privado de la economía – particularmente durante los años 90, con la ley N° 10 sobre inversiones promulgada en 1991; así como también a la burguesía de Aleppo y Damasco, que se benefició principalmente con la “economía social de mercado” introducida en 2005.

El crecimiento real del producto social bruto y los ingresos reales per cápita han disminuido desde comienzos de los años 90. El proceso de liberalización económica ha llevado a una desigualdad creciente en el país. Los más pobres apenas logran mejorar su situación en este nuevo orden económico, ya que este va acompañado de una creciente escasez de puestos de trabajo. Esto afecta ante todo a los jóvenes con títulos universitarios y a los habitantes de las regiones más remotas, así como a las “capas medias” – y entre estas principalmente a los empleados del servicio público y a las personas con formación profesional. Estos afectados se empobrecen con rapidez, porque sus ingresos no bastan para compensar la inflación, que en 2008 oficialmente alcanzaba al 17% (IRIN 2008).

En vísperas de la insurrección de marzo del 2011, de acuerdo a cifras el paro había crecido al 14,9% – de acuerdo a otras fuentes hasta a un 20-25%; en el caso de los jóvenes de 20-24 años y los de 15-19 años llegaba a un 33,7% y a un 39,3% respectivamente (Central Bureau of Statistics 2013). En 2007, la proporción de sirios que vivían bajo el límite de pobreza era de 33% o de unos 7 millones de personas, mientras que un 30% se ubicaba poco por encima de esta marca (United Nations Development Group 2010). La proporción de pobres es mayor en la zonas rurales (62%) que en las ciudades (38%). La pobreza tiene más difusión y profundidad en el noroeste y el noreste (provincias de Idlib, Aleppo, Raqqa, Deir ez-Zor y Hassakeh) con un

58%. Allá vive un 54% de la población total (FIDA 2009).

Más allá de lo anterior, el régimen reformó su sistema de subvenciones, generando así cargas aún mayores para los más pobres, mientras que seguían aumentando las privatizaciones. Al mismo tiempo se redujeron y empeoraron las prestaciones públicas de salud, lo que obligó a la población a recurrir a los costosos servicios privados incluso para el aseguramiento básico. En su informe de 2010, el FMI saludó las medidas del régimen sirio: “El tipo de cambio único y las restricciones en cuanto al acceso a divisas para negocios en curso parecen haberse suprimido en principio. Los bancos privados aseguran el crecimiento del sector privado y hace poco la

Bolsa de Damasco ha vuelto a abrir después de cuarenta años. El sistema de impuestos ha sido simplificado y el comercio se ha liberalizado en gran medida”. (FMI 2010).

El plan de desarrollo del régimen sirio desde 2006 hasta 2010 preveía explícitamente “una ulterior desregulación del mercado y su más profunda inserción en el mercado mundial, a fin de atraer a los inversionistas privados, así como también reformas estructurales, para asegurar un buen gobierno económico y un crecimiento equilibrado” (Shakour 2009).

El crecimiento económico sirio, que en los años anteriores al levantamiento se ubicaba en promedio cerca del 5%, no llegó a beneficiar a las amplias capas de la población. Así, entre 1997 y 2004, el Coeficiente Gini creció de 0,33 a 0,37. En los años 2003/2004, al 20% más pobre de la población le correspondía solo un 7% del gasto total, mientras que los más ricos podían contar con un 45% del gasto para sus fines (UNDP 2005). Esta tendencia se profundizó hasta el estallido de la revolución.

También la privatización de tierras arables a consecuencia de la sequía de 2008 y a costa de varios cientos de miles de campesinos en el noreste no fue simplemente una catástrofe natural. Las superficies se aumentaron y se intensificó la explotación de los suelos por las grandes empresas del agrobusiness y la construcción de ductos selectivos de suministro de aguas. Eso correspondía plenamente a los intereses de los nuevos grandes propietarios y fomentó la corrupción en la administración local, coincidente con la crisis de la agricultura. En el año 2008, un 28% de los agricultores trabajaban el 75% de la tierra regada, mientras que un 49% solo disponía del 10% de la tierra aprovechable (FIDA 2009).

De la misma manera, el régimen le impuso su predominio a la burocracia sindical, lo que especialmente a partir del año 2000 se ha traducido en una fuerte traba para la lucha contra las políticas neoliberales y autoritarias. En mayo de 2006, cientos de obreros de la empresa constructora estatal realizaron protestas en Damasco, durante las cuales se produjeron choques con las fuerzas de seguridad. En ese período también se declararon en huelga los taxistas de Aleppo, para protestar en contra de sus condiciones de trabajo y de vida.

Las reformas neoliberales del régimen han fomentado una política que ha estado orientada esencialmente a atraer inversiones extranjeras directas. Consecuentemente, estas crecieron de 120 millones de dólares en 2002 hasta 3500 millones de dólares en el año 2010 (Yazigi 2010). Sus principales destinaciones fueron las exportaciones, los servicios y, ante todo, el turismo. Este último se transformó en un sector floreciente: actualmente representa un 12% del producto social bruto, produce alrededor de 6500 millones de dólares y ocupa el 11% de la población en edad de trabajar (FIDA 2009). Como consecuencia de los acontecimientos que se iniciaron en marzo de 2011, esta rama de la economía ciertamente se enfrenta a una crisis total.

La carencia de derechos democráticos y el empobrecimiento creciente de amplios sectores de la sociedad siria en medio de un clima de corrupción y de creciente desigualdad social forman la base pata el levantamiento de marzo del 2011, para cuyo estallido solo se necesitaba una chispa. El dictador Bashar al-Assad anunció a fines de enero de 2011 en una entrevista que le hiciera el Wall Street Journal: “Pese a las condiciones, que en Siria son más difíciles que en la mayoría de los países árabes, este es un país estable. ¿Por qué? Porque hay que estar muy estrechamente compenetrado con el pueblo y con sus convicciones más profundas”. (WSJ 2011). En eso se equivocó el dirigente sirio, según él mismo habrá tenido ocasión de ir constatando.

¿Acaso el régimen de Assad es un estado laico?

Paralelamente a la puesta en práctica de su política neoliberal, el régimen fortaleció la cooperación con las asociaciones religiosas y con las fuerzas conservadoras de la sociedad. Particularmente el sector de la salud ha sido abandonado por el régimen, cediéndole este campo a las instituciones caritativas, particularmente religiosas. En el año 2004, unas 300

asociaciones de este tipo gastaron un total de 842 millones de libras sirias para apoyar el sustento de 72000 familias. Organizaciones tanto islámicas como cristianas han podido acrecentar su influencia y fortalecer sus redes de distribución a consecuencia de la política neoliberal y el consiguiente retroceso del papel del estado.

Alrededor de 10000 mezquitas y cientos de escuelas religiosas han sido construidas durante el período de gobierno de Bashar al-Assad, más de 200 conferencias organizadas por instituciones religiosas se efectuaron tan solo en 2007 en los centros culturales de las ciudades importantes del país. Al mismo tiempo, el régimen representó a las personalidades dirigentes del clero de todas las comunidades religiosas como actores de la “sociedad civil siria” – tratando de presentar a las delegaciones extranjeras oficiales la imagen de un país moderno con un consenso generalizado.

Bashar al-Assad no tuvo vergüenza alguna para recibir al famoso predicador islámico Yusuf al- Qaradawi, que hoy día apoya a la revolución en contra del régimen y que en 2009 se encontraba en Damasco, encabezando la Unión Mundial de los Ulemas. También continuó una “política de detente” frente a los islamistas, que se había iniciado a comienzos de los 90 con la puesta en libertad de miles de presos políticos (1992). Frente a las publicaciones islamistas y frente a ciertos movimientos, en la medida que se abstuvieran de actividades políticas, el régimen adoptó una postura muy tolerante. Así, por ejemplo, en 2001 se le permitió al jeque Abu al-Fath al-Bayanuni, hermano del ex dirigente de la Hermandad Musulmana volver al país después de treinta años de exilio y su hijo, un rico hombre de negocios, participó en 2010 de la instalación del primer gran mall de comercio, en el que regía la separación de géneros.

Estas medidas fueron de la mano de la censura de las obras literarias y artísticas con fomento simultáneo de la literatura religiosa, que luego empezó a llenar las estanterías de las bibliotecas, ayudando a una islamización en la educación. En el año 2007 el gobierno canceló el permiso de operación de dos organizaciones feministas (una iniciativa social y otra organización ligada al Partido Comunista, cercano al régimen).

Los actores del movimiento popular

Ahora debemos exponer nuestras razones de por qué caracterizamos como “movimiento popular” a la movilización del pueblo sirio y a las formas esenciales de su actuación pública. De hecho, los actores de este movimiento provienen de varios sectores diferentes.

En primerísimo término, el movimiento lo integran activistas de las luchas en contra del régimen que se dieron antes del levantamiento de 2011, particularmente durante la “Primavera Damasquina” (2001); provienen de las capas medias y muchas veces se trata de personas jóvenes con formación académica, que actúan en las redes sociales. Su actividad se orienta ante todo a conseguir el respeto a los derechos democráticos en Siria; algunos de ellos ya estuvieron comprometidos en la lucha contra la Guerra de Iraq y a favor de la causa palestina. En su gran mayoría defienden posturas democráticas y laicistas, siendo posible encontrarlos en todos los grupos de la población, también entre las minorías alauitas, cristianas y drusas etc.

Aparte de los anteriores, hallamos a distintos grupos de activistas correspondientes a diversas regiones del país, como a los jóvenes de Daraya, un suburbio de Damasco, que actúan en las redes sociales desde hace casi diez años. Habían organizado una campaña en contra de la corrupción y en abril de 2003, después de la caída de Bagdad, habían organizado una manifestación, durante la cual, con el pretexto de “formar un grupo político no registrado y promover el confesionalismo”, fueron arrestados. Los jóvenes de Daraya creyeron en su compromiso social y se hicieron inspirar por los ejemplos históricos  de movimientos no violentos. Crearon una biblioteca móvil, distribuyendo libros a la población en sus barrios. Han realizado trabajos de limpieza de calles y exhibido películas sobre Gandhi en una mezquita.

Todos estos activistas participaron desde un principio en el levantamiento de marzo del 2011.

Hasta hoy mismo siguen jugando un papel importante en los Comités Locales y en la organización de acciones no violentas en contra del régimen. La “Comisión General de la Revolución Siria”, una agrupación de comités locales, que rechaza la participación en el Consejo Nacional Sirio, es dirigida, entre otras, por Suhair Atassi, que milita desde hace tiempo en la oposición y pertenece a una familia políticamente reconocida. Ella también es portavoz del Foro Atassi, prohibido por el régimen en los años 2000. Ella misma fue detenida después de la manifestación del 16 de marzo del 2011 por espacio de diez días con el pretexto de haber sido una de las organizadoras de la manifestación. Después de pasar algunos meses en la clandestinidad, hoy día vive en el exilio. La “Coordinación de los Comités Locales”, otra organización importante, que tiene representación en el Consejo Nacional Sirio, es dirigida por la abogado Razan Zeitouneh.

El régimen actúa principalmente en contra de este tipo de activistas, que organizan manifestaciones, actos de desobediencia civil y campañas de promoción de huelgas – por sus capacidades organizativas y por sus posiciones democráticas y seculares, que contradicen la propaganda del régimen en el sentido de que todo el movimiento no sería más que un complot de grupos extremistas islamistas armados. Parte de ellos fueron apresados, asesinados o empujados al exilio, pero pese a la cruel represión siguen estando presentes. En el proceso revolucionario en curso juegan un papel importante, ya que intentan relacionar entre sí a las diversas formas de resistencia contra el régimen que se dan en la población.

La segunda componente del movimiento revolucionario sirio y quizás la más importante está constituida por los obreros agrícolas, pero también por los asalariados urbanos económicamente marginalizados y los pequeños empresarios, que han sido directamente y en gran medida víctimas de la política neoliberal impuesta desde la asunción de Bashar al-Assad. La geografía de la revuelta en Idlib y Daraa, así como en otras áreas rurales – todas bastiones históricas del Partido Baath y regiones cuya población, a diferencia de hoy, no tuvo una participación relevante en la insurrección de principios de los años 80 – pero también la de los suburbios de Damasco y de Aleppo, muestra, en qué medida los portadores de la revolución son las víctimas del neoliberalismo. De esta componente de las protestas actuales proviene una parte de los que se han unido a los grupos armados del Ejército Libre Sirio (FSA) – primero para defender las manifestaciones no violentas, después con una concepción más ofensiva.

Pero también han aparecido grupos de protesta que se articulan en torno a jeques de oposición en ciertos barrios. Muchos de ellos han sido arrestados, otros han podido huir del país. Y finalmente existen otros grupos “más tradicionales” que participan del movimiento popular, entre ellos determinados partidos kurdos, grupos de izquierda, nacionalistas, liberales e islamistas.

La composición de la oposición política

Las dos formaciones de oposición más conocidas y más importantes en el plano político son el Consejo Nacional Sirio (SNC) y el Comité Nacional de Coordinación por el Cambio Democrático (NCC). El SNC está constituido por grupos de oposición en el exilio; lo dominan el movimiento de la Hermandad Musulmana y personalidades liberales; tiene fuertes lazos con los gobiernos occidentales y las monarquías del Golfo, principalmente con el Emirato de Qatar. El  Comité Nacional de Coordinación por el Cambio Democrático abarca a nacionalistas, elementos de izquierda y organizaciones kurdas; tiene más lazos diplomáticos con gobiernos de posiciones cercanas al régimen sirio, tales como Irán, Rusia y China. Más allá de estas dos, existen en el propio país muchas otras agrupaciones políticas, que aún no están representadas en alguna de las dos grandes uniones de la oposición. El intento de unificar a la oposición fracasó a fines de diciembre de 2011, después de que el SNC rescindió un convenio firmado pocos días antes con el Comité Nacional de Coordinación. El convenio contenía un programa político conjunto, que se pronunciaba en contra de una intervención de las potencias occidentales en Siria. Es justamente este punto del rechazo de una intervención desde el exterior el que hizo que las fuerzas ligadas a las potencias occidentales en el SNC, tales como los liberales y los hermanos musulmanes renunciaran al establecimiento de un frente común.

Las dos coaliciones políticas mencionadas son objeto de críticas de parte de un sector de la opinión pública tanto dentro como fuera del país, porque no cesan de atacarse mutuamente y se muestran más interesadas en asegurarse el poder que en apoyar concretamente al movimiento popular. También existen otras razones para que ambas alianzas se consideren problemáticas. El SNC es un bloque que principalmente incluye a fuerzas de oposición en el exilio. Es dominado por partidos y personalidades ligados en diferentes grados con los países de occidente y los estados del Golfo, particularmente por los hermanos musulmanes y los liberales, así como también por el Partido del Pueblo, que antes se conocía bajo el nombre de “Partido Comunista Sirio / Buró Político” de Riad al-Turk (PCBP). Ellos repetidamente han llamado a una intervención militar extranjera, pero sin éxito.

En el Comité Nacional de Coordinación se agrupan fuerzas nacionalistas de izquierda y kurdas que actúan en el interior de Siria. Rechazan todo tipo de intervención militar extranjera porque con ello podrían desvirtuarse los resultados del levantamiento, que es interpretado por estas fuerzas como una revolución. Se pronuncian en contra de que Siria “sea víctima de una guerra de representantes”, refiriéndose a la rivalidad existente entre los estados árabes y el Irán en esta región del mundo. Pero la popularidad del NCC ha disminuido, porque hasta hace poco, pese a su política de represión brutal, no exigía el derrocamiento del régimen y porque no rechaza el diálogo con los sectores supuestamente “moderados” del régimen, “sin sangre en sus manos”, en particular el diálogo con Faruk al Shareh, vicepresidente y miembro del Partido Baath. El NCC propugna una transición gradual y controlada hacia nuevas estructuras de poder.

Cabe mencionar también la unión de un cierto número de partidos kurdos en el Consejo Nacional Kurdo, fuertemente influenciado por el dirigente kurdo-iraquí Massud Barzani. Otro actor importante de la escena kurda es el Partido de Unión Democrática (conocida bajo el nombre de PYD) que representa a la rama siria del Partido Obrero del Kurdistán (PKK).

La izquierda y la Revolución Siria

Existen muchos grupos pequeños de izquierda y hay jóvenes que participan en el proceso revolucionario – en los comités populares de base, organizando manifestaciones y servicios para la población. La izquierda se ha comprometido ante todo en el trabajo a nivel de la sociedad civil, en lugar del trabajo armado.

La Coalición Watan, formada en febrero del 2012 por 17 organizaciones de izquierda, fue gradualmente desarticulada por la represión en contra de sus miembros. En su Carta se decía: “El objetivo irrenunciable de nuestra revolución es el derrocamiento del régimen y la construcción de un estado democrático civil – un estado de derecho que asegure justicia y ciudadanía para todos. Un estado para todos los ciudadanos, independientemente de su nacionalidad, de su género y de su religión o confesión”. (Coalition Watan 2012). Posteriormente han existido otros intentos unitarios de parte de organizaciones de izquierda, las que por ahora se hallan en una fase de conversaciones preparatorias.

Diversas fuerzas de izquierda participaron desde un principio en el proceso revolucionario sirio. El Partido del Pueblo, dirigido por Riad al-Turk y George Sabra, tiene representación en el SNC. La “Alianza de Izquierda”, dirigida por el intelectual sirio-palestino Salameh Kaileh, el “Comité Comunista de Siria” y algunos otros partidos pertenecen al Comité Nacional por el Cambio Democrático.

A pesar de lo reducido de nuestros recursos, los militantes de la Corriente de la Izquierda Revolucionaria en Siria (CGRS) nunca hemos cejado en nuestro compromiso con la revolución. Hemos luchado junto a la población y a todas las fuerzas democráticas por la victoria de esta gran revolución popular, propugnamos la construcción de un partido obrero revolucionario y llamamos a imponer la democracia y el socialismo. En nuestra opinión, la dinámica de la revolución promueve la construcción de una democracia desde abajo (véase el Programa de la Corriente de la Izquierda Revolucionaria en Siria, Revolutionary Left Current 2011).

Los objetivos imperialistas internacionales

Desde el comienzo del levantamiento, los EEUU y la Unión Europea han intentado ejercer presión sobre  el régimen sirio, a fin de que diera paso a reformas que permitan una transición pacífica hacia nuevas estructuras de poder, que puedan garantizarle al país y a los estados vecinos una cierta estabilidad. Todas las iniciativas de la “comunidad mundial” y de la ONU apuestan a una transición pacífica del poder; esto también se expresa en el más reciente plan de paz del encargado especial de la ONU, Lakhdar Ibrahimi, de fines de diciembre del 2012. Este plan, que obtuvo el apoyo de toda la “comunidad mundial” incluida Rusia y los EEUU, propone la formación de un gobierno nacional de transición, que con protección de la ONU ejerza el poder ejecutivo hasta las elecciones presidenciales y parlamentarias del año 2014. Hasta ese momento, se plantea que Bashar al-Assad siga encabezando el estado como su presidente.

Las fuerzas internacionales aparecen divididas en dos campos. Por un lado, las potencias occidentales quisieran imponer una “solución yemenita” para la crisis siria – una transición “democrática”, que mantenga inalteradas a las élites y las estructuras de poder, en lo que reciben el apoyo de Irán y de Rusia, ese amigo fiel del régimen de Assad. De otro lado se ubican fuerzas encabezadas por Arabia Saudita y Qatar, que quisieran transformar la sublevación en una guerra sectaria, por temor de que los llamados a la revolución también alcancen a sus países, poniendo en peligro su poder y sus intereses.

Estos regímenes constituyen el centro de la contrarrevolución en toda la región, por lo que se orientan en contra de los movimientos de masas y en los países que han visto cambios en sus cúpulas de poder, dan su apoyo a determinados partidos: tratan de  impedir los cambios radicales de las condiciones políticas y económicas. En Siria apoyan a los grupos islamistas tales como Jabhat al-Nusra. Estas organizaciones cuentan con una ideología confesionalista y desarrollan una retórica agresiva en contra de aquellos musulmanes sunnitas que no concuerdan con su interpretación conservadora del islam, así como también en contra de las minorías, particularmente contra el sector alauita de la población, a los que califican como herejes. Su discurso contradice el espíritu de la revolución, que levanta la unidad del pueblo sirio en contra de todo intento de división confesional y que lucha por la libertad y la dignidad.

Es por ello que estos regímenes también intentan menoscabar el papel jugado por los comités populares, a veces de manera violenta. Los EEUU no se oponen a esta orientación, por lo que se niegan a suministrar materiales apropiados a los grupos ligados al ESL, mientras que al mismo tiempo no objetan los suministros de armas a los grupos islamistas no pertenecientes al ESL por parte de las monarquías del Golfo. Hay que constatar que los suministros de armas a los insurrectos anunciados por estados europeos como Francia e Inglaterra en marzo del 2013 hasta el momento no han comenzado.

Con referencia a la postura de Israel hay que decir: ninguna de las potencias occidentales y menos aún el gobierno israelí se desean situaciones de inestabilidad en las fronteras del estado judío – el régimen de Assad, desde el establecimiento de una zona desmilitarizada en el año 1974, ha probado ser capaz de garantizar sus fronteras en el sudoeste, suprimiendo todo tipo de resistencia tanto armada como no violenta en las Alturas del Golán, ocupadas desde 1967, así como en otras partes del país.

El régimen sirio, en acuerdo con las potencias occidentales y con Israel, también intervino militarmente en el Líbano en 1976, a fin de aniquilar a la resistencia palestina y a la izquierda libanesa. La presencia siria en el Líbano cubrió en especial el sitio al campamento palestino de refugiados Tel al-Zaatar y la masacre realizada allí por falangistas cristianos, que cobró más de 2000 víctimas palestinas. Un nuevo poder político compuesto por la resistencia palestina y la izquierda libanesa se habría traducido en una amenaza seria para el régimen sirio, que solía presentarse como vanguardia de la causa árabe y del socialismo, pero que en realidad siempre solo tuvo en mente la conservación de su propio poder por todos los medios.

Los refugiados palestinos en Siria no se confunden al respecto y es por eso que desde el comienzo de la revolución un número creciente de ellos participa lado a lado de sus hermanos y hermanas sirios en la revolución. Ellos también han sufrido la represión, las detenciones y ejecuciones, varios de sus campamentos fueron objeto de ataques por parte del régimen sirio, entre ellos el campo de Yarmuk en Damasco, que fue sitiado por el ejército durante semanas.

Durante casi cuatro décadas, Siria ha evitado toda confrontación abierta con Israel, aunque ha prestado un apoyo moderado a grupos de resistencia palestinos y libaneses. Con excepción de algunas escaramuzas entre sus respectivas fuerzas aéreas en 1982, desde 1973 no ha habido conflictos militares entre Israel y Siria. Siria no ha respondido ante los ataques directos a su territorio, que siguen adjudicándose a Israel (ataque aéreo a un supuesto reactor nuclear en

2007; asesinato del dirigente de la resistencia libanesa Imad Mughniyya en 2008). Durante la Guerra del Líbano en 2006 no se disparó ningún tiro desde territorio sirio. Siria participó en numerosas conferencias de paz. Estas conversaciones no tuvieron como resultado ningún acuerdo, solo mantuvieron en pie el clima “gélido” entre ambos países. Según evaluación de expertos israelíes, la desestabilización del régimen sirio o su derrocamiento podría alterar este estado de cosas. Funcionarios del gobierno sirio han declarado en repetidas oportunidades estar dispuestos a firmar un acuerdo de paz en cuanto haya terminado la ocupación de las Alturas del Golán; no hubo un pronunciamiento acerca del estatus de los palestinos. Rami Makhlouf, primo de Bashar al-Assad, declaró en junio del 2011 que sin estabilidad en Siria no habrá estabilidad en Israel. Agregó que nadie podía saber qué ocurriría si al régimen sirio le ocurriera algo.

Por tanto, este régimen ha hecho un claro aporte a la estabilización de las fronteras de Israel, además de en varias oportunidades celebrar pactos sustantivos con las potencias occidentales, primero en la Primera Guerra del Golfo en 1991, después a través de un intercambio sistemático de información en la “guerra contra el terror” del ex presidente norteamericano George W. Bush. Es por esta razón que a comienzos del proceso revolucionario, en marzo del 2011, Bashar al-Assad fue calificado de “reformador” por Hillary Clinton; esta posición fue mantenida por ella durante todos los seis meses iniciales de la revolución y aún  en diciembre del 2011 Assad fue invitado por el presidente francés Nicolas Sarkozy a almorzar en el Palacio del Eliseo.

La oposición siria del interior ha rechazado las maniobras provenientes del exterior que intentan conservar la estructura del régimen. Es por eso que numerosas grandes manifestaciones y numerosas declaraciones se han pronunciado en contra de la proposición del presidente del SNC Moaz al-Khatib de llevar a cabo un diálogo con el régimen. Durante las manifestaciones de 8 de febrero del 2013 habían lienzos, en los que se leía: “Solo negociaremos sobre la dimisión del régimen” (Syria Freedom Forever 2013). Este tipo de “solución política” va en contra de los intereses del movimiento de masas. La mantención del régimen sería de hecho la peor de todas las soluciones. En las grandes manifestaciones de los días viernes, los Comités Locales de Coordinación (LCC) publicaron el 20 de septiembre del 2013 un comunicado titulado: “Solo los sirios podrán liberar a Siria”. En él se declara que pese a la brutalidad del régimen y a la debilidad de la comunidad internacional crece la voluntad del pueblo sirio de unirse activamente a la revolución y que esta decisión seguirá siendo el arma principal en contra de la tiranía. La Segunda Conferencia de Ginebra, que debía realizarse a mediados de noviembre (ahora aplazada para enero) y que tiene el apoyo tanto de los aliados del régimen sirio (Irán, Rusia e Hizbollah) como de los países occidentales, encabezados por EEUU, no es más que una nueva repetición de las iniciativas anteriores con miras a poner en marcha una solución yemenita.

Amplios sectores del movimiento de masas sigue expresando su rechazo a una solución basada en negociaciones con el régimen. Así, en una de las numerosas manifestaciones de octubre del

2013 se veían muchos afiches y comunicaciones que afirmaban: “No en Ginebra, sino en La

Haya” se decide el futuro – queriendo decir que los representantes del régimen debían someterse a juicio. En los territorios sitiados por las tropas de Assad, en las manifestaciones la población incluso coreaba que “Mejor morir que capitular”. Por lo tanto sigue existiendo la voluntad de derrocar al régimen para construir una nueva Siria democrática.

En el seno de la oposición existen diferencias de opinión acerca de la participación en Ginebra.

Parte de la dirección, encabezada por Michel Kilo, está en favor de efectuar negociaciones, igualmente el Comité Nacional de Coordinación. El SNC ha anunciado que se niega a participar si no se concuerda de antemano la dimisión de Assad y de su régimen. El Ejército Libre Sirio, que no solo combate en contra del régimen, sino que además contra los grupos yihadistas, también está en contra de negociaciones si no hay garantía para que desaparezcan el dictador sirio y su régimen.

El movimiento de masas y la auto-organización

Antes del comienzo de la revolución, los comités de base eran la forma de organización más importante en las aldeas, los barrios, las ciudades y las regiones. Estos comités populares fueron la verdadera punta de lanza del movimiento, ya que movilizaban a las masas para las manifestaciones. Después, en las zonas liberadas de la llegada del régimen, desarrollaron formas de auto administración. En esas zonas surgieron consejos de elección popular para la administración de las regiones liberadas, lo que demuestra que es el régimen el que causa la anarquía y no el pueblo.

En ciertos territorios liberados, que tuvieron que ser abandonados por las fuerzas del régimen, se crearon estructuras civiles de administración para reaccionar ante la ausencia del estado y suplir sus responsabilidades en una serie de áreas – escuelas, hospitales, calles y caminos, suministros de agua, electricidad y medios de comunicación. Estas administraciones civiles se instalan por medio de elecciones y/o por decisiones de consenso de la población y tienen como principal tarea mantener en pie los servicios públicos, la seguridad y la convivencia pacífica de los ciudadanos. En ciertas regiones, barrios y aldeas, las elecciones locales realizadas en los territorios liberados fueron las primeras elecciones libres de los últimos cuarenta años. Este es el caso de la ciudad Deir ez-Zor a fines de febrero del 2013, donde Ahmad Mohammad, uno de los votantes, declaraba: “Queremos un estado democrático, no un estado islámico, queremos un estado secular, administrado por civiles y no por los mullahs”. Estos consejos locales reflejan el sentido de responsabilidad y la capacidad de los ciudadanos de tomar en sus manos sus propios asuntos, apoyándose en especialistas, en su experiencia y en su propia energía. Estos consejos existen en diversas formas y tanto en zonas aún controladas por el régimen, como también en aquellas que han sido liberadas de su dominio.

Otro ejemplo de esta dinámica de auto organización es la asamblea de fundación de la “Coalición de la Juventud Revolucionaria” in Siria, realizada en junio en Aleppo. En esta asamblea se reunieron numerosos activistas y comités de coordinación de diversas regiones del país, los que desde el comienzo de la revolución han jugado un papel importante en la base y representan a amplios sectores de la sociedad siria. Para ellos, la conferencia fue un suceso clave para poder reunir a la juventud revolucionaria de todas las comunidades. Todo esto no significa que los consejos populares no tengan defectos, por ejemplo en cuanto a la representación de las mujeres o de ciertas minorías. No se trata de embellecer la realidad, sino de clarificarla con arreglo a la verdad.

Otro aspecto, igualmente importante para la dinámica “desde abajo” de la revolución, es el inmediato surgimiento de periódicos independientes, editados por los órganos del poder popular. Antes de la revolución existían tres periódicos, todos en manos del régimen. Ahora su número ha aumentado hasta aproximadamente 60, siendo producidos por grupos pertenecientes al movimiento de masas

El ejemplo de Raqqa

Un ejemplo marcado de la auto-organización de las masas es Raqqa, la única capital provincial liberada (desde marzo del 2013). Aunque sigue siendo bombardeada por la fuerza aérea del régimen, Raqqa es totalmente autónoma y es la población local la que administra los asuntos públicos.

En Raqqa, las organizaciones populares en su mayor parte son dirigidas por jóvenes. Fueron surgiendo cada vez más, hasta que a fines de mayo estaban registrados más de 42 comités populares. Han organizado diversas campañas, como por ejemplo la campaña “La Bandera de la Revolución Siria me representa”: Consiste en pintar la bandera de la revolución en los muros de barrios y calles, a fin de enfrentar la campaña de los islamistas, que quieren imponer la bandera negra del islam. En el centro de la ciudad se puso en escena una obra de teatro que se burla del régimen de Assad, y a principios de junio las organizaciones populares organizaron una exposición con producciones artísticas y artesanales locales. Se crearon centros, en los que los jóvenes pueden realizar actividades constructivas y donde obtienen tratamiento para las secuelas psíquicas debidas a la experiencia de la guerra. Los exámenes para el bachillerato sirio en junio y julio fueron todos efectuados por voluntarios.

Este tipo de experiencias de auto organización pueden hallarse en numerosos territorios liberados. Las mujeres en general desempeñan juegan un gran papel en estos movimientos y también en las manifestaciones. Por ejemplo, el 18 de junio de 2013 realizaron en Raqqa una manifestación muy masiva frente al cuartel general del grupo islamista Jabhat al-Nusra, en la que exigían la liberación de los presos detenidos por este grupo. Las manifestantes corearon consignan en contra de Jabhat al-Nusra, condenando su forma de actuar. Llegaron hasta a corear la consigna principal de Damasco de febrero del 2011: “El pueblo sirio se niega a dejarse humillar”. El grupo “Haquna” (“Nuestro Derecho”), en el que participan numerosas mujeres, igualmente llevó a cabo numerosas manifestaciones en contra de los grupos islamistas en Raqqa, en las que gritaban, por ejemplo: “Raqqa es libre, fuera Jabhat al-Nusra”.

Desde que Raqqa fuera liberado de las tropas del régimen en marzo de 2013, se han dado numerosas manifestaciones contra las ideologías y prácticas autoritarias de los grupos islamistas. Hubo manifestaciones de solidaridad con activistas secuestrados y por su liberación de las garras de los islamistas. A continuación, algunos activistas fueron puestos en libertad, mientras otros siguen presos hasta el día de hoy, como por ejemplo el conocido Padre Paolo y Firas al-Haj Saleh, hermano del intelectual y activista Yassin Haj Saleh.

En el último tiempo también se realizan numerosas manifestaciones en contra del grupo “Estado Islámico de Iraq y Siria” (ISIS). En junio, en la ciudad de Deir ez-Zor, activistas locales iniciaron una campaña con el objetivo de alentar a los habitantes a participar en la supervisión y documentación de la actividad de los consejos locales y a exigir sus derechos – fomentando así una cultura de respeto a los derechos humanos. La campaña hizo especial hincapié en la idea de derechos y justicia para todos.

Contra los islamistas

Las organizaciones populares se han resistido en muchos casos a los grupos islamistas armados, que quieren apoderarse por la violencia del control de los territorios liberados, pese a que no tener sus raíces en el movimiento popular y de no haber surgido de la revolución.

Manifestaciones similares a las de Raqqa contra las prácticas autoritarias y reaccionarias de los islamistas se han realizado también en Aleppo, Mayadin, al-Kusair y en otras ciudades como Kanfranbel. En el barrio de Bustan al-Qasr, de Aleppo, la población local ha insistido en manifestarse contra las medidas del Consejo de Sharia de Aleppo, formado por varios grupos islamistas. El 23 de agosto se manifestaron contra la masacre con armas químicas cometido por el régimen en contra de la población de Ghouta y exigió la liberación del conocido activista Abu Maryam, quien una vez más había sido detenido por el Consejo de Sharia. A fines de junio de 2013, con motivo de la sostenida política represiva y autoritaria de este Consejo, en el mismo barrio habían gritado: “Fuera, Consejo Islámico”. También el atentado por un yihadista extranjero del grupo ISIS en contra de un joven de 14 años por un supuesto chiste blasfémico, en el que se aludía al profeta Mahoma, provocó la ira de la población; el comité popular organizó una manifestación en contra del Consejo Islámico y los grupos islamistas.

Todos los viernes se realizan manifestaciones. Para las manifestaciones del viernes 2 de agosto de 2013, los Comités Locales de Coordinación (LCC) emitieron el siguiente comunicado: “En un mensaje unitario de la revolución al mundo entero declaramos, que el secuestro de activistas y de actores importantes de la revolución no solo responde al interés de la tiranía, sino que perjudica a la libertad y a la dignidad de la revolución”. El mensaje se dirigía sin rodeos a los grupos islamistas reaccionarios. En el mismo sentido, los LCC publicaron el 28 de julio de 2013 un mensaje titulado: “Es la misma tiranía, que se ejerce ya sea en nombre de la religión o den nombre del secularismo”, con lo que metían en un mismo saco a los islamistas y al régimen. En la declaración “Solo los Sirios liberarán a Siria” del 20 de septiembre nuevamente expresaron su rechazo de la sustitución de una tiranía por otra. Denunciaron al grupo yihadista ISIS, cuyas prácticas “no se diferencian de las prácticas del régimen de Assad en lo tocante a la represión y a la supresión de la libertad de opinión”.

Árabes y kurdos, unidos

En el noreste de Siria, donde vive una población mayoritariamente kurda, los más recientes combates entre milicias islamistas y milicias kurdas del PYD han movido a la población y a los activistas a intervenir. Sus iniciativas se orientaban a manifestar la hermandad entre kurdos y árabes en esta región y confirmar, que la revolución popular siria es para todos y que excluye al racismo y al sectarismo. En tiempos de esos enfrentamientos, en la ciudad de Tall Abyad se fundó el batallón “Chirko Ayoubi”, que el 22 de julio de 2013 ingresó al Frente Kurdo. Desde entonces, este batallón se encuentra integrado por árabes y kurdos. Han publicado una declaración conjunta, en la que denuncian los abusos de los grupos islamistas, así como los intentos de división del pueblo sirio en base a criterios étnicos y comunitarios. Los distintos integrantes del FSA tampoco están de acuerdo en cuanto a este asunto. Algunos combaten del lado de los islamistas, mientras que otros se han unido a las milicias kurdas, condenando los abusos cometidos por los grupos islamistas.

En la ciudad de Aleppo, en el barrio de Achrafieh – donde principalmente viven kurdos – se realizó en 1° de agosto de 2013 una manifestación de varios cientos de personas por la solidaridad entre árabes y kurdos. En la ciudad de Tell Abyad, que había sido escenario de intensos combates, los activistas han emprendido diversas iniciativas con el objetivo de poner fin al conflicto militar entre ambos grupos, poner fin a la fuga y al desplazamiento de la población civil, crear un comité popular que gobierne la ciudad y administre su vida cotidiana, incentivando las actividades conjuntas de las poblaciones árabe y kurda, para poder llegar a un consenso por medios pacíficos. Estos esfuerzos siguen hasta el día de hoy, pese a que continúan los enfrentamientos entre milicias islamistas y kurdas. En la ciudad de Amuda, el 5 de agosto de 2013, unos treinta activistas con banderas kurdas y banderas revolucionarias sirias se reunieron detrás de un lienzo, en el que se leía: “Te amamos, Homs”, para mostrar su solidaridad con esa ciudad sitiada por el ejército.

Aún en las últimas semanas, los activistas locales de la ciudad de Qamishli, donde conviven poblaciones árabes (musulmanas y cristianas), kurdas y asirias, han dado inicio a numerosos proyectos para asegurar la coexistencia y la administración de determinados barrios a través de comités conjuntos. La rama local de la Unión de Estudiantes Libres lanzó una campaña en internet, haciendo un llamado a la libertad, la paz y la fraternidad, la tolerancia y la igualdad para el futuro de Siria.

La oposición tradicional – desde los islamistas, pasando por los nacionalistas y hasta los liberales – apoya el reconocimiento de los derechos culturales de los kurdos, pero no su autonomía. El movimiento de la izquierda revolucionaria en Siria ha reafirmado, en cambio, su apoyo al derecho a la autodeterminación del pueblo kurdo. Este apoyo no nos impide ver al pueblo kurdo como aliado en igualdad de condiciones en la lucha contra el régimen criminal de Assad y por la construcción de un futuro socialista y secular para Siria.

Del mismo modo hemos condenado las maniobras de los islamistas y de otras fuerzas reaccionarias, así como sus intentos de dividir al pueblo sirio. También es inaceptable que

determinados segmentos de la oposición siria, inclusive el SNC, se nieguen a reconocer los derechos del pueblo kurdo en Siria – al adoptar esa posición, no se diferencian de la política nacionalista del régimen de Assad.

El movimiento de masas del pueblo sirio sigue rechazando el confesionalismo, a pesar de los intentos del régimen de atizar ese fuego peligroso. En las manifestaciones hasta el día de hoy permanentemente se sigue levantando consignas como “Somos todos sirios, estamos unidos” y “No al confesionalismo”.

Los comités populares y las formas de auto organización juegan un papel clave para la continuación de la revolución, porque son ellos los actores principales que le permiten al movimiento de masas resistir. No se trata de menoscabar el rol de la resistencia armada, pero su éxito depende a su vez del movimiento de masas.

No es fácil evaluar la correlación de fuerzas entre los diversos comités populares, fuertemente anclados en la revolución, y los grupos reaccionarios yihadistas e islamistas, que siguen recibiendo financiamiento de parte de las monarquías del Golfo. Lo cierto es, sin embargo, que el movimiento de masas nunca abandonará los objetivos de la revolución: democracia, justicia social y rechazo del confesionalismo, pese a la amenaza permanente por parte de esos grupos y del régimen de Assad.

Conclusiones

La revolución siria sigue estando viva, sigue adelante y no sucumbirá – pese a la guerra despiadada del régimen contra el movimiento de masas, pese a las repetidas masacres de la población civil, pese a la amenaza por parte de los grupos islamistas reaccionarios en el interior. Pese a que esos grupos son una minoría, son sin embargo peligrosos; por tratarse de enemigos de los objetivos de democracia y justicia social, por su ideología confesionalista y sus prácticas autoritarias, son también enemigos de la revolución.

Esta revolución ha sido abandonada a su suerte, no recibe un apoyo digno de mención ni de fuerzas regionales ni internacionales, pero esto no desalienta a los hombres ni a las mujeres de Siria, ello continúan su lucha por la libertad y la dignidad, pese a la terrible represión. Una victoria de la revolución siria fomentará el surgimiento de situaciones revolucionarias en los países vecinos y profundizará el proceso revolucionario en otros países. La resistencia y el valor del pueblo sirio son inspiración para todos los revolucionarios que luchan por un mundo más justo. Por tanto, requiere la solidaridad de los pueblos en lucha. Nuestras luchas están ligadas entre sí y cada victoria de un pueblo en la lucha por su liberación no solo tiene efectos regionales, sino también internacionales. En esta dinámica se halla todo el sentido del concepto de la revolución permanente.

El pueblo sirio sigue cantando, como ya lo hiciera hace dos años: “El pueblo de Siria no se someterá” y “El pueblo de Siria no será humillado” y “Primero la muerte que la humillación”. El movimiento de masas continuará su lucha hasta imponer los objetivos de la revolución.

¡Vivan las revoluciones populares!

¡El poder y las riquezas para el pueblo!

Joseph Daher es estudiante de postgrado en la “School of Oriental and African Studies” (SOAS)  de Londres y miembro de la Corriente de la Izquierda Revolucionaria en Siria.

(Traducción del francés al alemán: Sophia Deeg, Harald Etzbach, Manuel Kellner. Traducción al español: Ralph Apel).

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3 thoughts on “Siria, Para una mejor comprensión de la dinámica revolucionaria del levantamiento popular

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